Nació en 24 de agosto de 1907 en Paraná, donde falleció el 22 de
octubre de 1954. Vivió 47 años.
Reinaldo Dardo Rosillo fueron sus nombres y apellido. En sus
primeros tiempos usó otros pseudónimos para literatura ligera en periódicos y
revistas.
Amigos de su generación recordaban que llegó hasta tercer grado de
primaria, d modo que su formación fue autodidáctica. Desde chico se vio
precisado a desempeñarse en trabajos modestos y como muchos, fe atraído por las
redacciones de los diarios, en los que comenzó sus ejercicios con comentarios
deportivos. Su empleo en la provincia
permitió que nos dejara los poemas del delta, por aquella feliz oportunidad que
le dio de ser trasladado al Vivero Experimental.
Hacia 1930 inició la publicación de sus personalísimos poemas en
horas y revistas locales. Frecuentó numerosas peñas que existieron en Paraná:
Vértice, El Camello, El Grillo y otras. Escribió en La Prensa.
Una breve muestra de sus poemas fue Vidriera de la última Poesía
Argentina, de Andrés del Pozo, de 1937. En cuanto a los poemas para niños, hay
una excelente selección en la antología Júbilo del Canto de Delia Travadelo, de
1954.
En Paraná, el notable profesor uruguayo Carlos María Onetti le
dedicó una ilustrativa presentación en la Peña de Vértice, En el Nº 1 de la
revista Círculo de Profesores Diplomados en Enseñanza Secundaria, de noviembre
de 1939, Alfonso Sola González emitió conceptos de presentación y selección de
poemas. Juan L. Ortiz después de haberlo incluido en una conferencia de 1939 en
Buenos Aires. Pronunció una conferencia exclusiva sobre él en la SADE de Buenos
Aires en 1950.
Poema para una niña
Siempre es en ella el tiempo rosa del
duraznero.
Para mirar de nuevo con hadas y con
flores,
es bueno hallarla cuando
ya el corazón con tarde igual que sol
se pone.
Quien por sus manos sabe cómo
aprietan las rosas;
quien advierte en sus ojos ensueños
de colores,
se tendiera a su lado
a que le mire como mirara a un
horizonte;
a comenzarle un cuento: -Y esta
era un hada rubia
a bordo de la nube musical de tu
nombre…
ISLAS EN LA LLUVIA
Las hojas, temblando,
Entre el garuar que las empapa,
Ya se despiden de los álamos,
Ya doran el vuelo de las ráfagas.
Mientras reina la lluvia,
Las horas délticas se alargan;
Y hay brazos entumidos
Y hay herramienta arrinconada.
Vuelca y vuelca de lo alto
Del hombro húmedo sus ánforas
La lluvia que, agrisándose,
Llega a borrar del panorama,
Árboles, casas, naves, ríos...
¡La lluvia, de pie sobre las aguas!...
En los hogares, gente fuerte,
Hombres de varias razas,
Sorben café, mate o ginebra;
Fuman y charlan
De frutas, mimbres y maderas;
De hormigas, mareas y borrascas,
Y junto al fuego, las mujeres
Preparan mermeladas,
O secan blusas de trabajo
Colgándolas ante la hormalla,
O peinan a sus niños
Y, sentaditos en las faldas
Los niños, ángeles de huerto,
Saborean manzanas.
Y cuando entonan las mujeres
Una canción honda y nostálgica
Murmullos hay de bosque y lluvia
De allende el mar, en lo que cantan.
Entonces estos pobladores
Recuerdan las comarcas
Remotas donde fue su cuna,
Ya en Europa, ya en Asia.
Se duelen de los pueblos tristes,
Desde esta tierra americana
Donde en paz luchan por la vida,
Donde el pan no les falta.
Y anhelan que otros inmigrantes
De manos útiles cuanto ásperas,
Dilaten los plantíos
Aquí en estas islas y que vayan
También poblando tierra firme
Con más colonias, con más granjas
Y leguas y más leguas doren
Las mieses que el mundo nos reclama.
Las islas y los ojos
Desde esta quietud azul
toda a orillas
de aguas anchas y andariegas
del Paraná, atardecidas,
es bogar, es ir dejando
al son de lo que uno silba,
la ciudad
y la amiga;
mientras pasan camalotes
floreciendo a la deriva,
bogar hasta el verdor quieto
de las islas.
¡Bienhaya la fronda islera!
¡Bienhaya, la tardecita!
Murmullo de rio y sauces
que embarque la copla mía.
Hunden su color los cielos
y arboledas que se inclinan,
ya al agua sonora y crespa,
ya al agua callada y lisa.
Isla adentro,
donde las garzas atisban,
en laguna en que un cardumen
dibuja sus fugas finas,
son hojazas de irupé
lo que la piragua esquiva.
Ya nadando una tucura
va del catay a la achira,
si no queda en el bocado
del pacú que la persiga.
Cuelga al paso una culebra
que en las ramas, rama en pinta,
disimulada, entre brotes,
hacia los pájaros mira.
Y abandonando las flores
y la luz rosa y la brisa,
ya un mainumbí deja el vuelo
tras la hoja donde anida.
Ya en la ruta aguas abajo,
a remada lenta y rítmica,
cantando bajito traigo
rápida la navecilla.
Allá en los ranchos costeros
una guitarra acarician.
Y entre salvias olorosas,
por las sendas doraditas,
con sus palancas al hombro
los pescadores desfilan
seguidos por sus mujeres
que llevan leña de chilca.
Ya en lo alto, en las afueras,
ondula un verdor de quintas.
Ya una fábrica, entre nubes,
su nube de humo fabrica.
Sobre el cromo de las aguas
y barrancas, sonreída,
con su crepúsculo al lado
la ciudad luce a la vista,
y en ella un color, bienhaya,
como mis ojos lo estiman.
No es que busque la ciudad
con su parque verde arriba,
ni que mi retorno techen
frondosas las avenidas;
ni es verdor en soledad
donde el musgo afelpe ruinas,
ni una fiesta de luciérnagas
que al pie de la noche habría.
Bienhaya otra cosa bella
que el retorno me enjardina.
Con murmullo de agua y sauce
mi verso se da en albricias.
Y es llegar al caserío
cuyas terrazas matiza
el sol yéndose
y aun más dulces que su ida
aquí, glaucos,
reinan los ojos de Mirta.
La liebre de Pancha Pichay
Esta era una liebre
chiquita y vivaz
criándose en la falda
de Pancha Pichay.
Y un día ya criada
¡liebre liberal!
Saltó de la falda,
Ganó el alfalfar.
liebre que es la liebre
que en el campo está
comiendo cogollos
y zapallo anday,
ningún cazador
la pudo chumbear.
Vienen a zazarla,
Buscándola están.
Y altas, como un lirio
sobre el alfalfar,
sus orejas velan
por su libertad;
y a la par del viento
las llevan triunfal
sus patas, pues liebre
más ligera no hay.
Cazador y perro
van siguiéndola,
dele escopetazos
y dele ladrar;
chúmbale que chúmbale,
hasta no dar más,
corriendo la liebre,
cazador y can.
Dejándolos lejos,
Se para a acampar;
y al verlos marcharse,
sentadita ya,
liebre que era liebre
de Pancha Pichay,
sigue su banquete de zapallo anday.Reynaldo Ros
Nació en 24 de agosto de 1907 en Paraná, donde falleció el 22 de
octubre de 1954. Vivió 47 años.
Reinaldo Dardo Rosillo fueron sus nombres y apellido. En sus
primeros tiempos usó otros pseudónimos para literatura ligera en periódicos y
revistas.
Amigos de su generación recordaban que llegó hasta tercer grado de
primaria, d modo que su formación fue autodidáctica. Desde chico se vio
precisado a desempeñarse en trabajos modestos y como muchos, fe atraído por las
redacciones de los diarios, en los que comenzó sus ejercicios con comentarios
deportivos. Su empleo en la provincia
permitió que nos dejara los poemas del delta, por aquella feliz oportunidad que
le dio de ser trasladado al Vivero Experimental.
Hacia 1930 inició la publicación de sus personalísimos poemas en
horas y revistas locales. Frecuentó numerosas peñas que existieron en Paraná:
Vértice, El Camello, El Grillo y otras. Escribió en La Prensa.
Una breve muestra de sus poemas fue Vidriera de la última Poesía
Argentina, de Andrés del Pozo, de 1937. En cuanto a los poemas para niños, hay
una excelente selección en la antología Júbilo del Canto de Delia Travadelo, de
1954.
En Paraná, el notable profesor uruguayo Carlos María Onetti le
dedicó una ilustrativa presentación en la Peña de Vértice, En el Nº 1 de la
revista Círculo de Profesores Diplomados en Enseñanza Secundaria, de noviembre
de 1939, Alfonso Sola González emitió conceptos de presentación y selección de
poemas. Juan L. Ortiz después de haberlo incluido en una conferencia de 1939 en
Buenos Aires. Pronunció una conferencia exclusiva sobre él en la SADE de Buenos
Aires en 1950.
Poema para una niña
Siempre es en ella el tiempo rosa del
duraznero.
Para mirar de nuevo con hadas y con
flores,
es bueno hallarla cuando
ya el corazón con tarde igual que sol
se pone.
Quien por sus manos sabe cómo
aprietan las rosas;
quien advierte en sus ojos ensueños
de colores,
se tendiera a su lado
a que le mire como mirara a un
horizonte;
a comenzarle un cuento: -Y esta
era un hada rubia
a bordo de la nube musical de tu
nombre…
ISLAS EN LA LLUVIA
Las hojas, temblando,
Entre el garuar que las empapa,
Ya se despiden de los álamos,
Ya doran el vuelo de las ráfagas.
Mientras reina la lluvia,
Las horas délticas se alargan;
Y hay brazos entumidos
Y hay herramienta arrinconada.
Vuelca y vuelca de lo alto
Del hombro húmedo sus ánforas
La lluvia que, agrisándose,
Llega a borrar del panorama,
Árboles, casas, naves, ríos...
¡La lluvia, de pie sobre las aguas!...
En los hogares, gente fuerte,
Hombres de varias razas,
Sorben café, mate o ginebra;
Fuman y charlan
De frutas, mimbres y maderas;
De hormigas, mareas y borrascas,
Y junto al fuego, las mujeres
Preparan mermeladas,
O secan blusas de trabajo
Colgándolas ante la hormalla,
O peinan a sus niños
Y, sentaditos en las faldas
Los niños, ángeles de huerto,
Saborean manzanas.
Y cuando entonan las mujeres
Una canción honda y nostálgica
Murmullos hay de bosque y lluvia
De allende el mar, en lo que cantan.
Entonces estos pobladores
Recuerdan las comarcas
Remotas donde fue su cuna,
Ya en Europa, ya en Asia.
Se duelen de los pueblos tristes,
Desde esta tierra americana
Donde en paz luchan por la vida,
Donde el pan no les falta.
Y anhelan que otros inmigrantes
De manos útiles cuanto ásperas,
Dilaten los plantíos
Aquí en estas islas y que vayan
También poblando tierra firme
Con más colonias, con más granjas
Y leguas y más leguas doren
Las mieses que el mundo nos reclama.
Las islas y los ojos
Desde esta quietud azul
toda a orillas
de aguas anchas y andariegas
del Paraná, atardecidas,
es bogar, es ir dejando
al son de lo que uno silba,
la ciudad
y la amiga;
mientras pasan camalotes
floreciendo a la deriva,
bogar hasta el verdor quieto
de las islas.
¡Bienhaya la fronda islera!
¡Bienhaya, la tardecita!
Murmullo de rio y sauces
que embarque la copla mía.
Hunden su color los cielos
y arboledas que se inclinan,
ya al agua sonora y crespa,
ya al agua callada y lisa.
Isla adentro,
donde las garzas atisban,
en laguna en que un cardumen
dibuja sus fugas finas,
son hojazas de irupé
lo que la piragua esquiva.
Ya nadando una tucura
va del catay a la achira,
si no queda en el bocado
del pacú que la persiga.
Cuelga al paso una culebra
que en las ramas, rama en pinta,
disimulada, entre brotes,
hacia los pájaros mira.
Y abandonando las flores
y la luz rosa y la brisa,
ya un mainumbí deja el vuelo
tras la hoja donde anida.
Ya en la ruta aguas abajo,
a remada lenta y rítmica,
cantando bajito traigo
rápida la navecilla.
Allá en los ranchos costeros
una guitarra acarician.
Y entre salvias olorosas,
por las sendas doraditas,
con sus palancas al hombro
los pescadores desfilan
seguidos por sus mujeres
que llevan leña de chilca.
Ya en lo alto, en las afueras,
ondula un verdor de quintas.
Ya una fábrica, entre nubes,
su nube de humo fabrica.
Sobre el cromo de las aguas
y barrancas, sonreída,
con su crepúsculo al lado
la ciudad luce a la vista,
y en ella un color, bienhaya,
como mis ojos lo estiman.
No es que busque la ciudad
con su parque verde arriba,
ni que mi retorno techen
frondosas las avenidas;
ni es verdor en soledad
donde el musgo afelpe ruinas,
ni una fiesta de luciérnagas
que al pie de la noche habría.
Bienhaya otra cosa bella
que el retorno me enjardina.
Con murmullo de agua y sauce
mi verso se da en albricias.
Y es llegar al caserío
cuyas terrazas matiza
el sol yéndose
y aun más dulces que su ida
aquí, glaucos,
reinan los ojos de Mirta.
La liebre de Pancha Pichay
Esta era una liebre
chiquita y vivaz
criándose en la falda
de Pancha Pichay.
Y un día ya criada
¡liebre liberal!
Saltó de la falda,
Ganó el alfalfar.
liebre que es la liebre
que en el campo está
comiendo cogollos
y zapallo anday,
ningún cazador
la pudo chumbear.
Vienen a zazarla,
Buscándola están.
Y altas, como un lirio
sobre el alfalfar,
sus orejas velan
por su libertad;
y a la par del viento
las llevan triunfal
sus patas, pues liebre
más ligera no hay.
Cazador y perro
van siguiéndola,
dele escopetazos
y dele ladrar;
chúmbale que chúmbale,
hasta no dar más,
corriendo la liebre,
cazador y can.
Dejándolos lejos,
Se para a acampar;
y al verlos marcharse,
sentadita ya,
liebre que era liebre
de Pancha Pichay,
sigue su banquete de zapallo anday.