Nació en Paraná el 3 de octubre de 1916. Se recibió de Maestro en la Escuela Normal Rural Juan Bautista Alberdi. Adolescente aún, inició el ejercicio de su Magisterio en una escuela flotante (Escuela Provincial N| 44) en las islas del Departamento Uruguay. Años después fue a dirigir una escuela en la Villa del Rosario del Departamento Federación Luego la Mariano Morena de la ciudad e Paraná, para terminar su carrera jubilado como Inspector Seccional. No obstante, prosiguió su actividad en el aula. Perteneció, además, a la comisión directiva del Centro Alberdino, institución que vela por los destinos del establecimiento. Murió en Paraná el 28 de julio de 1998.



Navegaciones

Vuelvo a la clara soledad el río
a la arboleda donde canta el viento;
al zorzal de la tarde, donde siento
temblar mi corazón. Como al rocío

azul tiendo los ojos, y son míos
silencios de la islas y del viento,
el ave de la noche, el sentimiento
de algún isleño solo junto al río.

Pasan los barcos y con ellos pasa
el alma que levanta este paisaje
a  la ardentía muda de la brasa.

¿Qué amarras me retienen de cuidados?
isla, mi corazón, se va de viaje;
el agua hiere y pule mi costado. 


AUTOBIOGRAFÍA

Nada he tenido que pudiera fijarme al suelo,
como para obligarme a obediencias.
He vivido, como quien dice, con una mano atrás
y otra adelante;
libre, liviano, saturado de nubes.
Quería echar pie a tierra
y me desmoronaba aire abajo
como un sapo vomitado por tormentas.
He amado las cosas ínfimas,
las pobrecillas sonrisas de los niños y de los ariscos,
las almas humildes y orejanas de los pobres
y la corajuda postura de los que sufren callados.
Hermoso paisaje el de esas almas
donde los santos copian florecillas.
En esos campos es una fiesta estarse una temporada
aprendiendo el idioma de los ángeles,
y llegar a ser ciudadano del cielo.
Así he visto pasar, como si nada,
los héroes del barro,
los dioses con aires de derrota,
pisando secretamente como triunfadores.
Y como quien tiene el pie en el estribo
para irse cielo arriba a pasar una temporada,
yo, que he vivido con una mano atrás y otra adelante,
me he asomado a los pobrecillos
que van a las deschaladas de estrellas.


Sonidos de las hojas

¡Las ciudades huérfanas de nuestra música!
Y algunos hombres caminan bajo nuestras cúpulas
y del silencio de sus huesos emerge un manantial
que canta en sus oídos.
Entonces, nosotros, árboles del bosque,
hacemos señas al viento:
la casuarina modula su flauta
sobre el fondo de los pinares;
en un tono semigrave los cedros atenúan los ramajes
y los sauzales transparentes de agua danzan en las orillas.
Apaguen sus silbos pájaros del bosque
Y oigamos la suave cascada de los álamos temblones.
El hombre deambula entre la música,
Y nosotros, {arboles del bosque, los vestimos de verde claridad.
Los hemos visto abstraídos junto a un tronco,
Escuchando el andar que corre por nuestros vasos leñosos.
No saben quienes cantan con voces extrañas,
que los desnudan,
que le devuelven la túnica de la infancia,
y el rostro de la madre.
El hombre de las ciudades presiente su orfandad de árboles
y bajo el duro sol recuerda que en un tiempo dichoso
los ramajes cantaron en su techo.

Telares

La persistencia del canto de los pájaros
de la luz, de los árboles;
la respiración de los campos en la soledad del día
los olores que se nos pegan a las carnes
y los resquebrajamientos de los cultivos que crecen,
modifican nuestro cuerpo.
¿Muchacha o liebre aquella niebla azulina
que huye por las lomas?
¿Trueno de luz los caballos huyendo entre maizales?
¿Algarrobo de invierno la casa del peón amarrada al arroyo?
A veces alguien canta,
Y las antiguas historias de la tierra
oyen mencionar sus alegrías y desdichas.
En inaccesible región –isletas vírgenes-
Telares indígenas seleccionan luces, sudores, afanes, lágrimas.
Yo he visto los transparentes tejidos
Fijados al rostro y a la luz de los ojos.
He mirado las poblaciones
preguntándome qué tiempo de abeflores
espolvoreó abejas espaciales
en la sangre de los hombres.

Los ríos iluminan vidas

¿Quién puede quedarse en tierra
oyendo sonar el agua?
Quien junto al río ha crecido
de todos se desamarra.
Sentémonos en la orilla
a oír frescuras que bajan:
luces, pájaros, colores
entre los ojos resbalan,
y sólo sentimos llenas
de voces claras el alma.

Quien viva entre sinsabores,
quien tenga sangre enturbiada,
en el silencio del río
-o al golpe de marejada-
sostén azul hallará
en todo el cielo dl agua.
Pescadores que de tanto
pescar ya tienen escamas
arrean a lo tropero
cardúmenes en redadas;
y he visto tropas de nubes

que por las vidas resbalan. 

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