Interesante



Nació en Paraná el 3 de octubre de 1916. Se recibió de Maestro en la Escuela Normal Rural Juan Bautista Alberdi. Adolescente aún, inició el ejercicio de su Magisterio en una escuela flotante (Escuela Provincial N| 44) en las islas del Departamento Uruguay. Años después fue a dirigir una escuela en la Villa del Rosario del Departamento Federación Luego la Mariano Morena de la ciudad e Paraná, para terminar su carrera jubilado como Inspector Seccional. No obstante, prosiguió su actividad en el aula. Perteneció, además, a la comisión directiva del Centro Alberdino, institución que vela por los destinos del establecimiento. Murió en Paraná el 28 de julio de 1998.



Navegaciones

Vuelvo a la clara soledad el río
a la arboleda donde canta el viento;
al zorzal de la tarde, donde siento
temblar mi corazón. Como al rocío

azul tiendo los ojos, y son míos
silencios de la islas y del viento,
el ave de la noche, el sentimiento
de algún isleño solo junto al río.

Pasan los barcos y con ellos pasa
el alma que levanta este paisaje
a  la ardentía muda de la brasa.

¿Qué amarras me retienen de cuidados?
isla, mi corazón, se va de viaje;
el agua hiere y pule mi costado. 


AUTOBIOGRAFÍA

Nada he tenido que pudiera fijarme al suelo,
como para obligarme a obediencias.
He vivido, como quien dice, con una mano atrás
y otra adelante;
libre, liviano, saturado de nubes.
Quería echar pie a tierra
y me desmoronaba aire abajo
como un sapo vomitado por tormentas.
He amado las cosas ínfimas,
las pobrecillas sonrisas de los niños y de los ariscos,
las almas humildes y orejanas de los pobres
y la corajuda postura de los que sufren callados.
Hermoso paisaje el de esas almas
donde los santos copian florecillas.
En esos campos es una fiesta estarse una temporada
aprendiendo el idioma de los ángeles,
y llegar a ser ciudadano del cielo.
Así he visto pasar, como si nada,
los héroes del barro,
los dioses con aires de derrota,
pisando secretamente como triunfadores.
Y como quien tiene el pie en el estribo
para irse cielo arriba a pasar una temporada,
yo, que he vivido con una mano atrás y otra adelante,
me he asomado a los pobrecillos
que van a las deschaladas de estrellas.


Sonidos de las hojas

¡Las ciudades huérfanas de nuestra música!
Y algunos hombres caminan bajo nuestras cúpulas
y del silencio de sus huesos emerge un manantial
que canta en sus oídos.
Entonces, nosotros, árboles del bosque,
hacemos señas al viento:
la casuarina modula su flauta
sobre el fondo de los pinares;
en un tono semigrave los cedros atenúan los ramajes
y los sauzales transparentes de agua danzan en las orillas.
Apaguen sus silbos pájaros del bosque
Y oigamos la suave cascada de los álamos temblones.
El hombre deambula entre la música,
Y nosotros, {arboles del bosque, los vestimos de verde claridad.
Los hemos visto abstraídos junto a un tronco,
Escuchando el andar que corre por nuestros vasos leñosos.
No saben quienes cantan con voces extrañas,
que los desnudan,
que le devuelven la túnica de la infancia,
y el rostro de la madre.
El hombre de las ciudades presiente su orfandad de árboles
y bajo el duro sol recuerda que en un tiempo dichoso
los ramajes cantaron en su techo.

Telares

La persistencia del canto de los pájaros
de la luz, de los árboles;
la respiración de los campos en la soledad del día
los olores que se nos pegan a las carnes
y los resquebrajamientos de los cultivos que crecen,
modifican nuestro cuerpo.
¿Muchacha o liebre aquella niebla azulina
que huye por las lomas?
¿Trueno de luz los caballos huyendo entre maizales?
¿Algarrobo de invierno la casa del peón amarrada al arroyo?
A veces alguien canta,
Y las antiguas historias de la tierra
oyen mencionar sus alegrías y desdichas.
En inaccesible región –isletas vírgenes-
Telares indígenas seleccionan luces, sudores, afanes, lágrimas.
Yo he visto los transparentes tejidos
Fijados al rostro y a la luz de los ojos.
He mirado las poblaciones
preguntándome qué tiempo de abeflores
espolvoreó abejas espaciales
en la sangre de los hombres.

Los ríos iluminan vidas

¿Quién puede quedarse en tierra
oyendo sonar el agua?
Quien junto al río ha crecido
de todos se desamarra.
Sentémonos en la orilla
a oír frescuras que bajan:
luces, pájaros, colores
entre los ojos resbalan,
y sólo sentimos llenas
de voces claras el alma.

Quien viva entre sinsabores,
quien tenga sangre enturbiada,
en el silencio del río
-o al golpe de marejada-
sostén azul hallará
en todo el cielo dl agua.
Pescadores que de tanto
pescar ya tienen escamas
arrean a lo tropero
cardúmenes en redadas;
y he visto tropas de nubes

que por las vidas resbalan. 



Nació en Paraná el 11de agosto de 1899. Su nombre ya era ampliamente conocido en la provincia antes de que en 1928 publicara Hierro, Seda y Cristal.
Organizó y fue director del Archivo Histórico de Entre Ríos. En 1939 el gobernador de Entre Ríos Eduardo Tibiletti decide concluir con la anarquía en el uso de sellos y escudos y ordena una investigación, cuyo resultado es que Saraví produjera en 1941 el escudo de Entre Ríos, con legislación heráldica. En ese mismo año se incorporó a la filiar de Entre Ríos de la Academia Nacional de la Historia.

Según Beatriz Bosch fue un destacado publicista en El Diario de Paraná en los períodos 1929-1931 y 1938-1943.
Se destaca Memoria de SADE que aspiraba a ser un libro compuesto por las dimensiones de su talento creador y de su disciplina heurística.
El ambicioso proyecto quedó reducido a las jugosas Crónicas de matreros, ofrecidas por el diario La Capital de Rosario entre los meses de abril y agosto de 1955.
Falleció en Paraná el 31 de diciembre de 1965.

Encierro

Esta noche padezco el desconsuelo
de ser virtuoso a la vulgar usanza;
las enormes nostalgias de la
andanza
vienen a torturarme en el develo,

y quisiera salir a ver el cielo
y la estrellita de la lontananza
que estar{a deplorando mi tardanza
con un poco de celo.

Todo respira pulcritud. La fría
Correspondencia de las cosas hiere
Como una detestable geometría,

mientras con una fraternal dulzura,
mi chambergo romántico sugiere
panoramas de ensueño y de locura.

Alma adentro
I
Nada tenemos que buscar afuera;
sonámbulos, marchamos al encuentro
de una remota isla de quimera
en los vastos océanos de adentro.

Bajo nocturnos cielos constelados
(frondas negras con astros como flores)
irá la ensoñación de piés alados
sobre los asfódelos interiores.

En esta soledad casi divina
que con su propia beatitud e escuda,
tu espíritu de etsrella se ilumina,
mi corazón de estatua se desnuda.

Y mientras de la tierra que anochece,
nuestro amor infinito se substrae,
seré como el ciprés que crece y crece
porque una estrella con su imán lo atrae.


II
En busca de las playas fabulosas
(Eldorados o Cólquides o Thules)
partirán nuestras naves silenciosas
rumbo a los archipiélagos azules.

Y hasta el mismo recuerdo fatigado
llegando  tus arrobos y a los míos,
será como un albatros rezagado
sobre la estela de los dos navíos.

III
Guíe las almas en su absurdo viaje
la insigne diosa de los ojos claros
y nuestra arcilla vil tendrá el linaje
del propio mármol florecido en Paros.

Mi barro entre tus dedos sobrehumanos
asumirá sagradas palideces                     
y yo a mi vez decoraré mis manos
con el radiante limo que me ofreces.
 
Proyectaremos al cruzar por este
mundo de cosas trises y grotescas,
con la luz de un amor casi celeste

la sombra de dos alas gigantescas.



Nació en Paraná, el 25 de mayo de 1917. Egresó como profesor en la especialidad Castellano y Literatura del Instituto Nacional del Profesorado Secundario de su ciudad natal. Dictó en esta alta casa de estudios Literatura Meridional.


Integró el movimiento poético de la revista “Canto”, de Buenos Aires, desde 1940. Fue periodista y catedrático en la Universidad de Cuyo, continuó allí, sus publicaciones. Publicó “La casa muerta” (1940), y “Elegías de San Miguel”  (1944) “Cantos para el atardecer de una diosa” (1954). Falleció en Mendoza el 21 de octubre de 1975.


La amiga

Las campanas de San Miguel suenan lejanamente para nosotros esta tarde
es que de pronto comprendemos que algo antiguo y hermoso
triste como el amor y su castigo, cae
entre esa luz con campanas y rosas.

El árbol del verano verá llegar el fulgor otoñal
y de nuevo sonarán las campanas de San Miguel en las soledades del domingo.
¿En dónde buscaré entonces tu corona de nieve?
¿En dónde, en dónde tu reclinada azucena de amor y dulce frío?

Alguien me dice que tu belleza dura aún esta tarde.
¡Tu belleza! ¡tu belleza! ¡Dónde estará cuando en los días taciturnos
reposen entre hiedras las estatuas de fuego?

La fuente mece el cielo espléndido de Enero.
Cuando llegue el otoño las hojas dirán la canción de los reyes olvidados.

Las campanas de San Miguel suenan sobre las rosas del domingo.
Mueres despacio a las cuatro de la tarde inmóvil.
Comprendo que me estoy quedando solo.

Drama

I

Por el agua iba un navío.
Iba por el agua del río.

Fuérame yo en ese barco;
fuérame por el agua del río,
si no estuviera aquí preso
muerto de amor en la orilla

besando labios perdidos.
¿De quién? ¿En qué falsa orilla?

Fuérame por el agua del río.

II

No subas en esa nave
porque está muerta esa nave.

Velas no tiene ni tiene
marinero que la mande.

No subas amor a esa nave.

Nave de madera amarga
con un rey muerto, amarillo.
No subas en esa nave.

Río de peces que gimen,
¿adónde irá ese barco sin marino?

No va hacia donde van
los navíos.

(El viento apaga el crepúsculo).
No subas en esa nave
que va muerta por el río.


Si vuelvo a Paraná

Si vuelvo a Paraná me estarás esperando
y veré la glicina querida que conoces.
En el ocaso inmenso estarás conversando
con mis sombras de entonces, con mis lejanas voces.

El zaguán con hortensias volverá repetido.
Entraré lentamente y alguien cerrará el piano
y seré como un sueño en el patio perdido
donde un día reímos tomados de la mano.

Si vuelvo a Paraná te contaré mi vida
mirando aquel antiguo jacarandá que es mío.
Me mostrarás la tarde lentamente abolida
y una estatua con rosas, desnuda, junto al río.

Me dirás que los años han pasado, que, a veces
alguien regresa y abre unos libros, llorando.
Detrás de las hortensias la amada que me ofreces
interminablemente me seguirá esperando.

Si vuelvo a Paraná veré la primavera
que nace entre los hombres justos que he conocido
y una botella rota confirmará la espera
del relámpago quieto de un cuchillo caído.

Recordaré sus nombres, sus rostros memorables,
gravemente estarán sentados en la plaza
y vendrán en los largos ocasos entrañables
hasta la esquina oscura donde estaba mi casa.

Así será si vuelvo a Paraná algún día.
La vehemente glicina repetirá los graves
crepúsculos ornados. Y tu melancolía
me tenderá las manos de olvido. Con las llaves. 



Nació en Paraná el 27 de mayo de 1928 y falleció en esta ciudad del 3 de junio de 1971.











Temor

La noche se desnuda
y se baña en el río.
Con la noche en su seno
el agua clara
es un abismo negro.

No me atrevo a indagar
si las estrellas,
han perdido su espejo,
porque el agua del río
ensombrecida,
es pozo de veneno,

Ni me atrevo a llegar
hasta la orilla;
me quedo aquí,
a lo lejos;
escondiendo al contacto
de la noche,
apretado el pecho,
como un secreto dulce
y palpitante,

la claridad de un sueño...

Nocturno mío

Salgo en la noche
en busca de las cosas calladas.
Me fatiga,
perseguir el silencio
sin descanso ni pausa.
El silencio
que muere tras los muros
herido por las mismas
costumbres y palabras...
Salgo en la noche
en busca de las cosas calladas.

A mis pasos les siguen
las huellas de mis pasos...
Muerdo una soledad de luna llena.
Cuando extiendo las manos,
veo que entre los dedos
me bailan las estrellas.
Ando en la noche clara...
El camino se arquea
como el lomo de un gato,
y entre arbustos y espinas
se despeña...
Mi sombra, que se alarga,
por no sentirse sola,
acaricia la sombra de las piedras... 

Nocturno amargo

Se hizo trizas la flauta de esmeraldas
que las ranas
soplaban bajo el agua.
La noche se puso trágica
y se tapó los ojos con las manos
para no ver más nada...

Se rompieron la luna
y las estrellas,
y cayeron con ruido de hecatombe
sobre la tierra herida.
Hubo rumor de espadas
en las sombras,
de sangre que brotaba
de voces de pavor
y palabras malditas...

Yo me quedé en la senda
como petrificada.
Detrás de los arbustos
vi tu sombra,
a otra sombra abrazada!

Hastío

La noche está tan sola,
está tan fría
que es un desdoblamiento de mi alma.
Y mi desilusión, en el camino,
rueda como una piedra gris y opaca.
Vagando por las calles va mi hastío
enhebrando la luz de las ventanas.
Y compone un collar con el que juega,
mi gran aburrimiento.
Sobre mi corazón gotea la sangre
de todas las violetas...
Agazapado, dentro de mi pecho,
el invierno bosteza...



Nació en 24 de agosto de 1907 en Paraná, donde falleció el 22 de octubre de 1954. Vivió 47 años.
Reinaldo Dardo Rosillo fueron sus nombres y apellido. En sus primeros tiempos usó otros pseudónimos para literatura ligera en periódicos y revistas.
Amigos de su generación recordaban que llegó hasta tercer grado de primaria, d modo que su formación fue autodidáctica. Desde chico se vio precisado a desempeñarse en trabajos modestos y como muchos, fe atraído por las redacciones de los diarios, en los que comenzó sus ejercicios con comentarios deportivos.  Su empleo en la provincia permitió que nos dejara los poemas del delta, por aquella feliz oportunidad que le dio de ser trasladado al Vivero Experimental.

Hacia 1930 inició la publicación de sus personalísimos poemas en horas y revistas locales. Frecuentó numerosas peñas que existieron en Paraná: Vértice, El Camello, El Grillo y otras. Escribió en La Prensa.
Una breve muestra de sus poemas fue Vidriera de la última Poesía Argentina, de Andrés del Pozo, de 1937. En cuanto a los poemas para niños, hay una excelente selección en la antología Júbilo del Canto de Delia Travadelo, de 1954.
En Paraná, el notable profesor uruguayo Carlos María Onetti le dedicó una ilustrativa presentación en la Peña de Vértice, En el Nº 1 de la revista Círculo de Profesores Diplomados en Enseñanza Secundaria, de noviembre de 1939, Alfonso Sola González emitió conceptos de presentación y selección de poemas. Juan L. Ortiz después de haberlo incluido en una conferencia de 1939 en Buenos Aires. Pronunció una conferencia exclusiva sobre él en la SADE de Buenos Aires en 1950.

Poema para una niña

Siempre es en ella el tiempo rosa del
duraznero.

Para mirar de nuevo con hadas y con
flores,

es bueno hallarla cuando

ya el corazón con tarde igual que sol
se pone.

Quien por sus manos sabe cómo
aprietan las rosas;

quien advierte en sus ojos ensueños
de colores,

se tendiera a su lado

a que le mire como mirara a un
horizonte;

a comenzarle un cuento: -Y esta
era un hada rubia

a bordo de la nube musical de tu
nombre…

ISLAS EN LA LLUVIA

Las hojas, temblando,
Entre el garuar que las empapa,
Ya se despiden de los álamos,
Ya doran el vuelo de las ráfagas.
Mientras reina la lluvia,
Las horas délticas se alargan;
Y hay brazos entumidos
Y hay herramienta arrinconada.
Vuelca y vuelca de lo alto
Del hombro húmedo sus ánforas
La lluvia que, agrisándose,
Llega a borrar del panorama,
Árboles, casas, naves, ríos...
¡La lluvia, de pie sobre las aguas!...

En los hogares, gente fuerte,
Hombres de varias razas,
Sorben café, mate o ginebra;
Fuman y charlan
De frutas, mimbres y maderas;
De hormigas, mareas y borrascas,
Y junto al fuego, las mujeres
Preparan mermeladas,
O secan blusas de trabajo
Colgándolas ante la hormalla,
O peinan a sus niños
Y, sentaditos en las faldas
Los niños, ángeles de huerto,
Saborean manzanas.
Y cuando entonan las mujeres
Una canción honda y nostálgica
Murmullos hay de bosque y lluvia
De allende el mar, en lo que cantan.
Entonces estos pobladores
Recuerdan las comarcas
Remotas donde fue su cuna,
Ya en Europa, ya en Asia.

Se duelen de los pueblos tristes,
Desde esta tierra americana
Donde en paz luchan por la vida,
Donde el pan no les falta.
Y anhelan que otros inmigrantes
De manos útiles cuanto ásperas,
Dilaten los plantíos
Aquí en estas islas y que vayan
También poblando tierra firme
Con más colonias, con más granjas
Y leguas y más leguas doren
Las mieses que el mundo nos reclama.

Las islas y los ojos

Desde esta quietud azul
toda a orillas
de aguas anchas y andariegas
del Paraná, atardecidas,
es bogar, es ir dejando
al son de lo que uno silba,
la ciudad
y la amiga;
mientras pasan camalotes
floreciendo a la deriva,
bogar hasta el verdor quieto
de las islas.
¡Bienhaya la fronda islera!
¡Bienhaya, la tardecita!
Murmullo de rio y sauces
que embarque la copla mía.
Hunden su color los cielos
y arboledas que se inclinan,
ya al agua sonora y crespa,
ya al agua callada y lisa.
Isla adentro,
donde las garzas atisban,
en laguna en que un cardumen
dibuja sus fugas finas,
son hojazas de irupé
lo que la piragua esquiva.
Ya nadando una tucura
va del catay a la achira,
si no queda en el bocado
del pacú que la persiga.
Cuelga al paso una culebra
que en las ramas, rama en pinta,
disimulada, entre brotes,
hacia los pájaros mira.
Y abandonando las flores
y la luz rosa y la brisa,
ya un mainumbí deja el vuelo
tras la hoja donde anida.
Ya en la ruta aguas abajo,
a remada lenta y rítmica,
cantando bajito traigo
rápida la navecilla.
Allá en los ranchos costeros
una guitarra acarician.
Y entre salvias olorosas,
por las sendas doraditas,
con sus palancas al hombro
los pescadores desfilan
seguidos por sus mujeres
que llevan leña de chilca.
Ya en lo alto, en las afueras,
ondula un verdor de quintas.
Ya una fábrica, entre nubes,
su nube de humo fabrica.
Sobre el cromo de las aguas
y barrancas, sonreída,
con su crepúsculo al lado
la ciudad luce a la vista,
y en ella un color, bienhaya,
como mis ojos lo estiman.
No es que busque la ciudad
con su parque verde arriba,
ni que mi retorno techen
frondosas las avenidas;
ni es verdor en soledad
donde el musgo afelpe ruinas,
ni una fiesta de luciérnagas
que al pie de la noche habría.
Bienhaya otra cosa bella
que el retorno me enjardina.
Con murmullo de agua y sauce
mi verso se da en albricias.
Y es llegar al caserío
cuyas terrazas matiza
el sol yéndose
y aun más dulces que su ida
aquí, glaucos,
reinan los ojos de Mirta.

La liebre de Pancha Pichay

Esta era una liebre
chiquita y vivaz
criándose en la falda
de Pancha Pichay.
Y un día ya criada
¡liebre liberal!
Saltó de la falda,
Ganó el alfalfar.
liebre que es la liebre
que en el campo está
comiendo cogollos
y zapallo anday,
ningún cazador
la pudo chumbear.
Vienen a zazarla,
Buscándola están.
Y altas, como un lirio
sobre el alfalfar,
sus orejas velan
por su libertad;
y a la par del viento
las llevan triunfal
sus patas, pues liebre
más ligera no hay.
Cazador y perro
van siguiéndola,
dele escopetazos
y dele ladrar;
chúmbale que chúmbale,
hasta no dar más,
corriendo la liebre,
cazador y can.
Dejándolos lejos,
Se para a acampar;
y al verlos marcharse,
sentadita ya,
liebre que era liebre
de Pancha Pichay,

sigue su banquete de zapallo anday.Reynaldo Ros
Nació en 24 de agosto de 1907 en Paraná, donde falleció el 22 de octubre de 1954. Vivió 47 años.
Reinaldo Dardo Rosillo fueron sus nombres y apellido. En sus primeros tiempos usó otros pseudónimos para literatura ligera en periódicos y revistas.
Amigos de su generación recordaban que llegó hasta tercer grado de primaria, d modo que su formación fue autodidáctica. Desde chico se vio precisado a desempeñarse en trabajos modestos y como muchos, fe atraído por las redacciones de los diarios, en los que comenzó sus ejercicios con comentarios deportivos.  Su empleo en la provincia permitió que nos dejara los poemas del delta, por aquella feliz oportunidad que le dio de ser trasladado al Vivero Experimental.
Hacia 1930 inició la publicación de sus personalísimos poemas en horas y revistas locales. Frecuentó numerosas peñas que existieron en Paraná: Vértice, El Camello, El Grillo y otras. Escribió en La Prensa.
Una breve muestra de sus poemas fue Vidriera de la última Poesía Argentina, de Andrés del Pozo, de 1937. En cuanto a los poemas para niños, hay una excelente selección en la antología Júbilo del Canto de Delia Travadelo, de 1954.
En Paraná, el notable profesor uruguayo Carlos María Onetti le dedicó una ilustrativa presentación en la Peña de Vértice, En el Nº 1 de la revista Círculo de Profesores Diplomados en Enseñanza Secundaria, de noviembre de 1939, Alfonso Sola González emitió conceptos de presentación y selección de poemas. Juan L. Ortiz después de haberlo incluido en una conferencia de 1939 en Buenos Aires. Pronunció una conferencia exclusiva sobre él en la SADE de Buenos Aires en 1950.

Poema para una niña

Siempre es en ella el tiempo rosa del
duraznero.

Para mirar de nuevo con hadas y con
flores,

es bueno hallarla cuando

ya el corazón con tarde igual que sol
se pone.

Quien por sus manos sabe cómo
aprietan las rosas;

quien advierte en sus ojos ensueños
de colores,

se tendiera a su lado

a que le mire como mirara a un
horizonte;

a comenzarle un cuento: -Y esta
era un hada rubia

a bordo de la nube musical de tu
nombre…

ISLAS EN LA LLUVIA

Las hojas, temblando,
Entre el garuar que las empapa,
Ya se despiden de los álamos,
Ya doran el vuelo de las ráfagas.
Mientras reina la lluvia,
Las horas délticas se alargan;
Y hay brazos entumidos
Y hay herramienta arrinconada.
Vuelca y vuelca de lo alto
Del hombro húmedo sus ánforas
La lluvia que, agrisándose,
Llega a borrar del panorama,
Árboles, casas, naves, ríos...
¡La lluvia, de pie sobre las aguas!...

En los hogares, gente fuerte,
Hombres de varias razas,
Sorben café, mate o ginebra;
Fuman y charlan
De frutas, mimbres y maderas;
De hormigas, mareas y borrascas,
Y junto al fuego, las mujeres
Preparan mermeladas,
O secan blusas de trabajo
Colgándolas ante la hormalla,
O peinan a sus niños
Y, sentaditos en las faldas
Los niños, ángeles de huerto,
Saborean manzanas.
Y cuando entonan las mujeres
Una canción honda y nostálgica
Murmullos hay de bosque y lluvia
De allende el mar, en lo que cantan.
Entonces estos pobladores
Recuerdan las comarcas
Remotas donde fue su cuna,
Ya en Europa, ya en Asia.

Se duelen de los pueblos tristes,
Desde esta tierra americana
Donde en paz luchan por la vida,
Donde el pan no les falta.
Y anhelan que otros inmigrantes
De manos útiles cuanto ásperas,
Dilaten los plantíos
Aquí en estas islas y que vayan
También poblando tierra firme
Con más colonias, con más granjas
Y leguas y más leguas doren
Las mieses que el mundo nos reclama.

Las islas y los ojos

Desde esta quietud azul
toda a orillas
de aguas anchas y andariegas
del Paraná, atardecidas,
es bogar, es ir dejando
al son de lo que uno silba,
la ciudad
y la amiga;
mientras pasan camalotes
floreciendo a la deriva,
bogar hasta el verdor quieto
de las islas.
¡Bienhaya la fronda islera!
¡Bienhaya, la tardecita!
Murmullo de rio y sauces
que embarque la copla mía.
Hunden su color los cielos
y arboledas que se inclinan,
ya al agua sonora y crespa,
ya al agua callada y lisa.
Isla adentro,
donde las garzas atisban,
en laguna en que un cardumen
dibuja sus fugas finas,
son hojazas de irupé
lo que la piragua esquiva.
Ya nadando una tucura
va del catay a la achira,
si no queda en el bocado
del pacú que la persiga.
Cuelga al paso una culebra
que en las ramas, rama en pinta,
disimulada, entre brotes,
hacia los pájaros mira.
Y abandonando las flores
y la luz rosa y la brisa,
ya un mainumbí deja el vuelo
tras la hoja donde anida.
Ya en la ruta aguas abajo,
a remada lenta y rítmica,
cantando bajito traigo
rápida la navecilla.
Allá en los ranchos costeros
una guitarra acarician.
Y entre salvias olorosas,
por las sendas doraditas,
con sus palancas al hombro
los pescadores desfilan
seguidos por sus mujeres
que llevan leña de chilca.
Ya en lo alto, en las afueras,
ondula un verdor de quintas.
Ya una fábrica, entre nubes,
su nube de humo fabrica.
Sobre el cromo de las aguas
y barrancas, sonreída,
con su crepúsculo al lado
la ciudad luce a la vista,
y en ella un color, bienhaya,
como mis ojos lo estiman.
No es que busque la ciudad
con su parque verde arriba,
ni que mi retorno techen
frondosas las avenidas;
ni es verdor en soledad
donde el musgo afelpe ruinas,
ni una fiesta de luciérnagas
que al pie de la noche habría.
Bienhaya otra cosa bella
que el retorno me enjardina.
Con murmullo de agua y sauce
mi verso se da en albricias.
Y es llegar al caserío
cuyas terrazas matiza
el sol yéndose
y aun más dulces que su ida
aquí, glaucos,
reinan los ojos de Mirta.

La liebre de Pancha Pichay

Esta era una liebre
chiquita y vivaz
criándose en la falda
de Pancha Pichay.
Y un día ya criada
¡liebre liberal!
Saltó de la falda,
Ganó el alfalfar.
liebre que es la liebre
que en el campo está
comiendo cogollos
y zapallo anday,
ningún cazador
la pudo chumbear.
Vienen a zazarla,
Buscándola están.
Y altas, como un lirio
sobre el alfalfar,
sus orejas velan
por su libertad;
y a la par del viento
las llevan triunfal
sus patas, pues liebre
más ligera no hay.
Cazador y perro
van siguiéndola,
dele escopetazos
y dele ladrar;
chúmbale que chúmbale,
hasta no dar más,
corriendo la liebre,
cazador y can.
Dejándolos lejos,
Se para a acampar;
y al verlos marcharse,
sentadita ya,
liebre que era liebre
de Pancha Pichay,
sigue su banquete de zapallo anday.