Nació en Paraná el 23 de setiembre de 1910. En dicha ciudad termina la carrera de magisterio, para seguir, luego, estudios universitarios hasta obtener el título de escribano. Sin embargo su personalidad no crecería  en ninguna de estas direcciones. Una hipocondría, que el tiempo habría de agudizar, lo reduce a una actitud contemplativa, favorecida por su bohemia romántica amante de “los crepúsculos que doraban el vino”.

Hacia el año 1940 se radica en Concepción del Uruguay, donde permanecerá por algún tiempo. Aquí se vincula con quehacer periodístico y llega a ejercer la dirección del diario “La Calle” en 1944. Mas su idiosincrasia no se avenía a las obligaciones de una tarea rutinaria y, pocos meses después, abandona aquel cargo para volver a su ciudad natal.

Algunos breves períodos de residencia en Buenos Aires le permiten relacionarse con los círculos literarios y llega a colaborar en diarios y revistas porteñas. Bruscamente su vida experimenta un cambio sustancial, cuando su salud quebrantada lo confina en un rincón privilegiado de la provincia de Córdoba. En “La Serranita” vive, prácticamente exiliado, durante muchos años, aunque sin haber podido desprenderse de aquella tristeza que era su daño. Allí lo sorprende la muerte el 26 de agosto de 1968.



Envío

Para la clara novia que en su banco — bandera
de amor — dejó bordadas nuestras dos iniciales.
Quince años. Hacia octubre, bajo los delantales,
su pecho recitaba toda la primavera.

Para la compañera
que se graduó de ramos de rosas otoñales.
Colegial vaporosa de azules siderales.
(Aún se duda una lágrima y una sonrisa espera).

Para la que de penas de amor y de primera
tabla de logaritmos — ¡Oh trenzas colegiales! —
se anticipó al misterio de la inicial ojera.

En su voz de raíz cúbica dio flores musicales.
Y para la que hoy mira con ojos maternales
estos versos que agravan sus tardes de soltera.

Manos labradoras

Altas entre sus hoces ¿no son una pregunta
sobre el linar, cargadas de trabajos y días?
¡Oh laboriosas!, lentas bajo las profecías
del Angelus que pasa, las detiene y las junta.

Mansas, sufridas, buenas, más recias que la yunta
que uncen esperanzadas y desuncen sombrías.
Lo mismo que sus bueyes fueron dos bestias pías
atadas a la tierra ... Soles de punta a punta.

Ya es el Otoño y pobres. (Cual cigüeñas doradas
con el niño de luz de un lucero divino
pasan las tardes lentas, y aún les rezan, cansadas).

Cansadas, pero en alto sobre le cielo del lino.
Sabias sus curvas hoces: ¿qué inquieren al destino?
¿Dudan que ni en la muerte se dormirán cruzadas?

Presencia de las tardes

Ella cruzó estas tardes conversadas de pájaros,
de blanco y aniñada con adornos de viento.
Esta calle fue linda costumbre de sus pasos.

Una encarnada rosa le embanderaba el pecho
después que entre jardines decidiera sus manos.
(En su pecho una flor como en un libro abierto).

Artífice su gracia,
como otras gastan joyas sólo gastaba gestos.

Los escondía en sombra camino de las tardes.
Camino de las tardes los quiere mi recuerdo.

(¡Ah, cuando hasta sus labios acudiendo una rosa
—sembrada en su sonrisa — le perfumó el silencio!)

Porque su boca siempre terminaba en silencio
aunque su risa hubiera sido en sombras
un relevo de pájaros durmiendo.

Lo mismo que el callar de las guitarras
era toda de llantos hacia adentro.

Camino de las tardes la encuentra mi recuerdo. 

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