Nació el 2 de junio de 1908 en Victoria. Pasó parte de su infancia n el campo y en una pequeña villa: Antelo. Poeta, ensayista, periodista y también peón de campo.
Residió en Nogoyá, donde se inició en las letras y en 1933 en el periodismo de donde pasó al diario El Tiempo, que dirigía Silvano Santander en Paraná. En ese mismo año figuró entre los redactores de El Radical, de Adolfo Perotti; en 1935 en el diario El día y en Alerta, de su ciudad natal. En este último año tuvo lugar la fundación de Círculo de Periodistas de Paraná, cuya comisión lo tuvo como vocal y como presidente. Actuó como delegado de varios congresos de periodistas: Mendoza y San Juan, 1933; de Rosario, 1940; Tucumán y Santiago del Estero, 1957 y Córdoba, 1948. Durante largos años ejerció la secretaría de redacción de El Diario, Paraná donde dirigió la página literaria.
Su libro Pájaros de nuestra tierra recibió el segundo premio de la Comisión Nacional de Cultural, 1943-1944. Fundador y presidente del Centro de Estudios Folclóricos de Paraná. Ha dado conferencias sobre temas folclóricos, literarios y culturales en numerosas ciudades de Entre Ríos, en Santa Fe y en la Capital Federal. Hombre de pueblo en todo sentido de la palabra, Marcelino M. Román, desde su primer libro, hasta el último ha trasvasado en poesía a esas criaturas que menos resistencia ofrecen a las fuerzas concretas y abstractas que las rodean, insaciables e incesantes. Pero si fue el poeta de la angustia de la gente sin horizonte, también ha sabido expresar esperanza.
Falleció en Paraná en 1981.

Canción dispersa

No lo malquieras al río
que en sus ondas va mi voz;
por la luz anda mi canto:
no protestes contra el sol;
nada digas contra el viento
que te lleva mi canción.

Canta entre agudas espinas
el milagro de la flor,
y flora un himno disperso,
un amoroso rumor;
con el humano latido
la cósmica pulsación.

En el ruido o el silencio
te  llama un fraterno son,
un melodioso lucero,
un pájaro anunciador
un mensaje que procura
llegar a tu corazón.

Canción matinal

Mañana suelta en proyectos
y sendas emocionadas
luz que aguija las bandadas
y el latir de los insectos.

Cruzada de trino y vuelo
la brisa besa el rocío,
la tierra aprende a ser río,
el río aprende a ser cielo.

En Puerto Sánchez empieza
a bullir infantil corro
y los ranchitos del Morro
sacan lustre a su pobreza.

En avivar lentas fraguas
de estío, ya el sol se empeña
y  la gente ribereña
en diálogo con las aguas.

Aunque en oscuros destinos
se agita la vida incierta
aquí también está abierta
la rosa de los caminos.

El biguá

El cuerpo largo cubierto
de una vestimenta oscura;
fino cuello, pico fuerte
con la extremidad ganchuda.
Para su nido, entre arbustos
un lugar costero busca;
el nido es de ramas secas
con alguna que otra pluma;
la nidada es un tesoro
que celestamente alumbra.
Troncos que lentos navegan
como balsas vagabundas,
suelen sostener bandadas
que a secarse al sol se juntan.
La bandada en vuelo forma
larga hilera que se aguza
con apariencia de proa
que lleva un guía en la punta.
En zambullón, nado y vuelo,
acopia fama segura.
Es desconfiado y observa
todo cuanto le circunda,
obrando rápido apenas
un peligro se insinúa.
En su libertad se afinca;
en sus virtudes se escuda.
Enamorado del agua
donde tiene su fortuna,
en el agua diaria escribe
la familiar aventura
y por arroyos y ríos
sus alegrías pronuncia.

El tero

Picazo-overo, alertero,
el tero de buena pinta,
alto, erguido y adornado
con airón de pluma fina.
Junta en sus modalidades
la audacia con la malicia
y quiere arreglarlo todo
con su grito y su política.
Arrimado a las aguadas,
en tierra baja se afinca,
donde con su buen discurso
halla lo que necesita.
Ni árbol, ni cueva, ni hueco
ni matorral lo cobijan;
quiere el horizonte abierto
y al raso para la vida.
Pone tres huevos overos
en el hoyo donde anida
y a veces unas virutas
de resaca al nido arrima.
Para ocultar la nidada
muchas mañas utiliza,
agachadas y amenazas
y graciosas picardías.
Saluda atento a los perros
aunque no le simpatizan
y pronto lleva sobre ellos
acrobacias agresivas,
o al carancho pone en fuga
con ágil acometida.
El rojo espolón del ala
es un arma siempre lista.
Siempre al tope de la noche
su bulliciosa vigilancia.
Tero, qué tero alertero
que por cualquier cosa grita.

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